Últimamente imagino las redacciones de los periódicos. Lugares caóticos y en constante competición por actualizarse ante los cambios que se suceden en el panorama español minuto tras minuto. Son tantos datos que, si se quiere tener una fotografía aparentemente real del día a día, no hay que pararse mucho más en ellos de lo que duran en la portada del periódico. No obstante, sus declaraciones sobre la reforma que quiere acometer a la ley del aborto me hicieron detenerme y pensar qué me gustaría que supiera si yo tuviera la misma voz mediática que usted.
Alberto, ante todo, creo que debe abandonar ese maniqueo al que nos tienen acostumbrados en su partido (permítame llamarle por su nombre, ya que su presencia constante en la palestra social hace que casi sienta que lo conozco). Las cosas no siempre son blancas o negras. Y en su seno político tiene un claro ejemplo: Francisco Camps. Su no culpabilidad en el caso de los trajes no le lleva a la inocencia y redención. Por tanto, proteger a la mujer embarazada no tiene por qué suponer una merma en los derechos de la mujer que quiere abortar.
Habla de que quiere evitar la “violencia estructural” que puede llegar a sufrir la mujer embarazada en sus diversos entornos, y que puede ejercer una “presión” que las lleve a abortar. Permítame un suspiro de decepción ante uno de los ejemplos de framing político más irrisorios de los últimos tiempos. También añadió que, a falta de unas medidas efectivas de apoyo a la mujer en su libre decisión sobre la continuidad de un embarazo, el anterior ejecutivo se conformó con una “despenalización del aborto”. Permítame aquí un ligero carraspeo desaprobador.
En primer lugar, abordemos los términos “violencia estructural”, con los que usted enmarca los contextos diversos en los que una mujer pueda sentirse presionada a interrumpir su embarazo sin alternativas de continuidad. Después de un estudio de las palabras individualmente y en su conjunto e intentando aplicar la ley gestáltica por la que el resultado es más que la suma de las partes, sigo sin entenderlo del todo. Así que lo trasladaré a mi realidad cotidiana para comprobar en qué situaciones podría sufrir esta “violencia” y acabar aceptando sus premisas sobre la reforma del aborto como verdaderas.
Hace poco más de dos décadas muchas mujeres empezaban a ser madres a inicios de la veintena, edad que tengo yo ahora. Bien sustentadas por una pareja, bien compartiendo responsabilidades salariales y familiares o bien por sí solas, en cualquier caso eran capaces de satisfacer sus ganas de ser madres. Dado por hecho el mismo tictac biológico para mí, abordar un embarazo ahora sería inviable. La causa, una situación a la que la sociedad, en su continua evolución, se ha ido acostumbrando paulatinamente. No tengo un trabajo estable y bien remunerado y apenas me da para llegar a fin de mes. Este hecho, por otro lado, no me garantiza el acceso a una vivienda digna. Imagino que siguiendo la cadena, habrá podido deducir que, aunque tuviera un urgente deseo de ser madre, sería una actuación irresponsable por mi parte traer un bebé al mundo. No obstante, y sin que sirva de agravio comparativo, tristemente aplaudo mi situación actual respecto a la de otras muchas mujeres, más mayores que yo, y que suponen un ejemplo mucho más relevante de la situación de “violencia estructural” a la que usted hace referencia.
Por tanto, sí, sr. Gallardón, existe dicha “violencia estructural”, pero no considero que sea producto del deseo de cualquier mujer de abortar, sino de la falta de estabilidad laboral y social. No entraré en la reforma laboral que han llevado a cabo o en sus políticas sociales con el futuro la juventud, aunque eso bien podría ocupar otras tantas páginas de reflexión.
Por otro lado, usted ejemplifica su uso de la expresión “violencia estructural” empatizando con el miedo que pueda sentir una mujer a perder el trabajo por un embarazo. Añade que quiere proteger a la embarazada asegurando su integración laboral y familiar. Permítame aquí un rechinar de dientes a modo de señal de ligero cabreo. Algo no me cuadra de nuevo. Y para demostrarlo, no nos tenemos que ir más lejos que tres o cuatro escaños de su lado. La carrera meteórica de su compañera Soraya Sáenz de Santamaría no pareció ser suficiente crédito como para evitar que se saltara a la torera muchos de los días obligatorios que la ley impone a las madres después de cada parto. Entiendo entonces que estará en total desacuerdo con la prorrogación de la ampliación del permiso de paternidad que se hizo desde su partido, óbice que impide un estado igualitario en el que el padre pueda aumentar de dos a cuatro semanas su permiso de paternidad. Quizá como su compañera tiene acceso a un ejército de personas preparadas para cuidar de su bebé, la conciliación laboral y familiar no afecta a la decisión de tener descendencia. Quizá por eso no parece ser importante el mensaje que lanza a las mujeres con este hecho. No obstante, todavía aquí sigo sin ver muy claro que tiene que ver la restricción del aborto con todo esto.
Sigo sin ver qué relación causa-efecto puede haber visto usted en que limitar el acceso libre a una decisión responsable sobre la continuidad de un embarazo proteja a las embarazadas ante la lista de injusticias que recaen sobre ellas. Y lo más triste de todo es que pienso que usted cree que convence a las mujeres con sus juegos verbales de tahúr. Y lo más esperanzador de todo es que también creo que su falacia es demasiado grande como para esconderla bajo ese mantel de trile.
Por otro lado, no puedo dejar de oír las voces que, como la suya, claman enérgicamente contra las mujeres de dieciséis años que pueden interrumpir su embarazo sin consultar a sus progenitores. Esas voces que se levantan contra el acceso a la píldora del día después sin receta, ya que temen su uso como anticonceptivo. Todas esas voces que, en mayor o menor grado, están apoyadas en una hiperrealidad mediática que no casa del todo con las estadísticas. Voces a las que no me uno por falta de un ejemplo real y que tendrán sus propias razones al alzarse a favor o en contra. No obstante, sí que quiero oír en todas esas voces un grito ahogado por una mejor EDUCACIÓN. Esa que también sufre tijeretazos y que parece no tener relación para ustedes con la sexualidad adolescente. No parece haber caído en la cuenta de que una población más informada es una población más preparada para actuar en consecuencia ante una situación no deseada.
Disculpe si me he saltado algún paso, pero continúo en mi ceguera ante su postura con el aborto. Continúo sin ver por qué la decisión de la mujer de interrumpir un embarazo limita los derechos de continuidad del mismo. Lo único que veo que garantiza dicha protección es abordar prioritariamente acciones en los pilares básicos que se han puesto de relieve anteriormente y que, dicho sea de paso, reclama toda la sociedad. Para que yo pueda garantizar que vivo en un estado de derecho que me permita elegir cuándo satisfacer mi deseo de llevar a cabo la maternidad sin perjuicio del resto.
Quizá si entendieran esto abandonarían esa política paternalista y casposa de “haz lo que yo diga, pero no lo que yo haga”, y se centrarían en proporcionar herramientas educativas y sociales para que, en este caso, todas las mujeres estuviéramos preparadas para decidir responsablemente sobre el embarazo y pudiéramos ejecutar esta decisión libremente. Todo ello, sin que nadie que calificara el aborto de “fracaso para la mujer” tuviera más voz que el resto.