El otro día vi Inglourious Basterds, el proyecto que supone la vuelta de Tarantino. A parte del largo metraje de la película, se me hizo algo dura de digerir. Y llegué a la conclusión de que es de Tarantino de quien hablamos, sea eso bueno o malo. De hecho, las cosas buenas que tiene la película, aquellas que al verlas te recuerdan al autor, pueden ser consideradas como caprichos de uno de los directores más mimados del sistema, y no agradar al público. No hay término medio, a QT se le odia o se le ama. Como su cine, que puede ser considerado la ambrosía de Hollywood o las paranoias egocéntricas de un niño rico.
La película retrata, en varios capítulos, diferentes historias que se sitúan bajo la ocupación nazi en Francia. Shosanna Dreyfus (Mélanie Laurent) presencia la muerte de toda su familia a manos del general Hans Landa (Christoph Waltz). Shosanna adquiere una nueva identidad y se muda a París, donde se encuentra el grupo capitaneado por Aldo Raine (Brad Pitt), los “Basterds”; que buscan hacer caer el régimen nazi y asesinar a Hitler. Estas historias terminan por converger bajo un mismo escenario de venganza.
Y es aquí donde podemos ver a Tarantino. La venganza ha sido siempre la temática de todas sus películas, la venganza en cualquiera de sus formas. Y en esta película se muestra en su mayor esplendor, a pesar de que recurre a uno de los temas más manidos del mundo del cine, la IIGM.
La división por capítulos es otra constante del director. Lo vimos en la gran Pulp Fiction y lo volvemos a ver aquí. Otro rasgo característico de Tarantino que puede ser aplaudido y abucheado a la par, igual que todo el cine que realiza el autor. Lo que sí que queda claro es que la firma del director queda impregnada en cada escena. Y eso puede interpretarse de varias formas: entendiendo a Tarantino como un artista con recursos propios o como un hombre egocéntrico que necesita recordarnos que es él quien hace el film en cada momento.
No obstante, la película puede hacerse extremadamente larga. Hay escenas que el director estira con sus diálogos paranoicos hasta la saciedad, hasta el aburrimiento. El espectador puede tener fácilmente la sensación de que Tarantino muestra una historia en 153’, que pueda ser contada en 90’. Pero es Tarantino. Tiene diálogos magistrales que embelesan y que repelen, que mantienen la tensión y que aburren, pero ineludiblemente forman parte de la esencia de Quentin. Algunos espectadores pueden enmarcar el guión, extrayendo de él grandes citas y otros, por otro lado, pueden demonizarlas por tener una intención descaradamente cultista ante los grandes premios, pero es Tarantino.
Y no podemos olvidarnos del toque sangriento del autor. De hecho he llegado a pensar que ciertas escenas o clichés sólo sirven para poder justificar la violencia explícita, una suerte de gore gratuito que deja de ser fresco para convertirse en cansino y totalmente accesorio. Como se puede comprobar, Tarantino se repite, repite sus técnicas, utiliza una especie de molde idéntico en el que sólo debe mezclar los ingredientes correctos. Se toma sus licencias, consciente de su posición ante el mundo cinematográfico, y sorprende. Para bien y para mal, pero sorprende. Por eso es capaz de realizar una película de este calibre, donde le da una patada a la historia y hacer que a todos nos parezca lo menos relevante.
Como anécdota, vuelve a aparecer del carácter fetichista del director. Ya lo vimos en Pulp Fiction con los mecheros Zippo y los pies de Uma Thurman, ahora lo vemos con los de Diane Kruger. Una escena que bebe de las fuentes de la Cenicienta para que podamos observar con nitidez el pie de la actriz alemana. Es Tarantino.
En definitiva, Quentin te puede parecer el mejor cine de autor, coherente en sus manifestaciones artísticas desde el principio hasta el final, promovedor de un cine de diálogos cultos y violencia inteligente; o, por el contrario, te puede parecer el director caprichoso de Hollywood, prepotente y pretencioso, que juega a hacerse el entendido con la industria y la manipula a su antojo a sabiendas de que lo encumbrarán. Pero es Tarantino.
Para mí, lo mejor de la película es el insuperable Christoph Waltz, que da vida al impasible Hans Landa. Sabes que ese personaje te va a marcar desde la primera escena que lo ves. Una escena gloriosa donde los diálogos sí que son geniales, la tensión se puede cortar con un cuchillo, el juego idiomático es insuperable y la consecución de planos es sencillamente magnífica. A partir de ahí los diálogos pasan a ser correctos y los demás personajes se sitúan en un segundo plano.
Por otro lado, creo que el personaje de Eli Roth, el “Oso Judío” es el personaje más decepcionante de toda la película; y no porque el actor esté mediocre, es que tampoco da para más. Durante toda la película te esperas algo más y al final acaba siendo un pequeño lameculos de Brad Pitt sin más furia que la que transmite su bate de béisbol en una, sólo una, escena de la película.
Queda claro que Inglourious Basterds es Tarantino, signifique eso lo que signifique.
Creo que no se puede resumir mejor la película. A mi juicio es una de los mejores films de Tarantino. De nuevo, el director más "independiente" de Hollywood nos vuelve a demostrar que hace y lo hace como le da la gana, sin tener en cuenta los modelos cinematográficos y las corrientes actuales y eso sólo lo puede hacer uno de los grandes, como muy bien comentas Elena: " es Tarantino".
ResponderEliminarP.D. No sabía de la existencia de este blog, a partir de ahora tendrá un hueco en mi barra de inicio : )
a escibir que son días!!